miércoles, 3 de febrero de 2016

REINA DE LOS ÁNGELES, Rosa de la Corte

REINA DE LOS ÁNGELES
Rosa de la Corte
Esta novela es la segunda obra publicada de Rosa de la Corte. Profesora en el IES Fuerte de Cortadura de Cádiz, lleva toda su vida dedicada a la escritura, aunque no es hasta 2012 cuando sale a la luz su primera novela, Polígono Sur. Tras un inmenso trabajo de documentación y gran dedicación a su siguiente proyecto, publica en diciembre de 2014 Reina de los Ángeles.
El título de la obra es el nombre del barco que cubría la ruta de Cádiz a Santiago de Cuba en el siglo XIX. La travesía en este barco cambiará las vidas de los personajes principales a lo largo de la novela.
La historia comienza en Comillas, cuando la joven Lena se ve obligada a entrar como sirvienta en casa de los Mendoza, para mantener a su familia tras el fallecimiento de su padre. Antonio, joven comillano que se siente atraído por Lena, no tiene más remedio que huir y embarcarse en Cádiz a bordo del Reina de los Ángeles. En la travesía conoce a Emilio, un muchacho vasco que ha entrado en el barco como polizón, y que se convertirá en su fiel amigo, corriendo ambos en el Nuevo Mundo con suerte similar.
La llegada de Lena a casa de los Mendoza cambiará radicalmente la vida de la muchacha. Tendrá que soportar en silencio los abusos del amo, evitarlos cuando pueda y someterse con asco a los deseos de Mateo. Fruto de esos abusos tendrá un hijo, Lucas, al que Lena no puede llegar a amar como quisiera. Doña Pina Mendoza descubre en Lucas a su único nieto, y trata de acercar al muchacho a la vida de los señores y alejarlo del ambiente doméstico en el que siempre se ha criado.
Antonio y Emilio regresan a Comillas convertidos en dos indianos ricos, que vienen a hacer negocios con la familia Mendoza. Las miradas de Antonio hacia Lena, en la que reconoce a la jovencita de la que una vez estuvo enamorado, producen uno de los episodios más terribles de la historia, por el que Lena se verá obligada a huir de Comillas en el Reina de los Ángeles, ayudada sobre todo por Emilio.
Mientras que la vida de Lena se vuelve más apacible, el regreso de Emilio a Santiago de Cuba le trae una de las mayores desgracias de su vida encarnada en la persona de su hija. Un profundo sentimiento va creciendo entre Emilio y Lena, que parece que al fin serán felices después de todo lo sufrido.
Sin embargo, la autora refleja cómo sus personajes, al igual que cualquier ser humano, no pueden lograr una felicidad completa. Los recuerdos del pasado dejan huella imborrable. Los sucesos inesperados del presente impiden alcanzar una felicidad total cuando creemos que estamos a punto de conseguirla.
Con esta novela, Rosa de la Corte nos transmite que determinados hechos desgraciados del pasado acompañan a los personajes en todo momento. Que la vida se compone de breves instantes de alegría que nunca llega a ser completa. Como en su anterior obra, Polígono Sur, la autora pone de manifiesto a través de la ficción el amplio mundo de los sentimientos, tanto los que llegan a exteriorizarse como los que permanecen ocultos en el alma.

jueves, 17 de septiembre de 2015

CALLE DE LAS TIENDAS OSCURAS, PATRICK MODIANO



                
CALLE  DE  LAS  TIENDAS  OSCURAS
                                                                         
                 PATRICK  MODIANO

    
Patrick Modiano, nacido el 30 de julio de 1945 en Boulogne-Billancourt, ve culminada su carrera como escritor al recibir el Premio Nobel de Literatura en 2014. La crítica coincide en el hecho de que el autor sitúa todas sus obras en Francia durante la ocupación alemana, de manera que sus detractores opinan que siempre escribe el mismo libro, mientras que sus defensores creen que precisamente por la manera magistral de contar una y otra vez la misma historia desde diferentes puntos de vista y con sumo cuidado del lenguaje, obtiene el merecido Premio Nobel.
   Calle de las Tiendas Oscuras comienza in media res: el personaje protagonista, Guy Roland, lleva años trabajando en una agencia de detectives, sin conocer su verdadera identidad ni recordar su pasado. Paradójicamente, se dedica a resolver los misterios de otras personas. Cuando la agencia cierra sus puertas por la jubilación de su dueño, decide utilizar las técnicas aprendidas para descubrir quién es.
   Tras distintas pistas que le conducen a nuevos datos sobre sí mismo, el protagonista descubre su implicación durante la ocupación alemana de Francia. La novela termina sin que sepamos realmente los orígenes de Guy, cuya última esperanza para descubrir su identidad es una dirección en Roma, Calle de las Tiendas Oscuras.
   Página a página, Modiano consigue introducir al lector en el descubrimiento del personaje, acercándolo a la angustia del desconocimiento sobre sí mismo, de la ausencia de recuerdos. La única manera que el protagonista tiene de saber de su pasado es a través de las pistas y testimonios de los demás. El autor hace que sintamos la descarnada sensación de la ausencia de uno mismo. Es aquí donde se halla la genialidad del escritor, independientemente de que todas sus novelas nos hagan alcanzar el mismo desasosiego. El hecho es que, con solo palabras, lo logra.

domingo, 5 de abril de 2015

EL PRÍNCIPE DESTRONADO

    Rescatado del baúl de los recuerdos, comparto hoy un relato que escribí hace varios años. He tomado prestado el título de una obra del escritor Miguel Delibes. En este relato se cuentan los sentimientos que invaden el alma cuando somos desplazados del centro del afecto de los demás a un segundo plano. No obstante, la perspectiva del mismo es un tanto "peculiar". Espero que os guste. 


EL PRÍNCIPE DESTRONADO
                                                         

   Ellos ya no me quieren como antes. Mi vida ha cambiado mucho desde que llegó el intruso. Hasta su llegada yo era el rey de la casa, como me llamaba papá. Ahora sólo me prestan atención cuando es necesario, pero los mimos son para el recién nacido.

   Cuando pienso en el pasado me pongo triste. Al principio, yo no acudía cuando me llamaban por mi nombre. Me costó trabajo saber que se dirigían a mí. Recuerdo el primer día que lo hice. Estábamos en el salón, papá y mamá junto a la puerta porque íbamos a dar un paseo; yo, junto a la mesita que hay delante del sofá. Con mucho cariño empezaron a llamarme para que me acercase hacia donde ellos estaban, y me prometían que si lo hacía iríamos a la playa, porque saben que me encanta. Caminé despacito, inseguro, con miedo a chocarme con algún mueble o con el televisor. Llegué sin tropezar con ninguno de los obstáculos que tenía en mi camino, y me detuve orgulloso delante de mis padres. Mamá se puso tan contenta que me cogió en brazos y me besaba una y otra vez, papá me prometió que después del almuerzo me daría de postre esas galletitas que tanto me gustan, y jugaríamos un rato con la pelota.

   Los días que hacía buen tiempo dábamos una vuelta por el paseo marítimo, incluso bajábamos a la playa un rato y me dejaban jugar en la arena, aunque a veces mamá se enfadaba si no me sacudía bien antes de subir a casa. Cuando ella no se daba cuenta, papá me sonreía y me decía que no le hiciera caso. Si llovía o hacía frío, el paseo era más corto, y en lugar de ir a la playa andábamos por la calle, viendo escaparates. En esos días, si me portaba bien me compraban algún regalito o una golosina.

   Yo tengo mi propia cama, pero me gusta más la cama grande de papá y mamá. Me han acostumbrado a dormir solo, así que cuando llega la hora me echo en el sofá, y si me quedo dormido, papá me pasa a mi cama con mucho cuidado para que no me despierte. Sin embargo, antes de la llegada del intruso, cuando me despertaba a media noche o por la mañana temprano me deslizaba silenciosamente a la cama de ellos y me dejaban acurrucarme allí. Mamá a veces le decía a papá que me estaban malcriando, pero si papá no estaba me dejaba acostarme a dormir la siesta con ella.

   De pronto, un día, mamá desapareció. Ya no estaba en casa a la hora de comer ni de dormir, y era papá el que me sacaba a pasear y se ocupaba de mí. Ella sólo estaba dos días a la semana, y entonces papá se ponía muy contento. Al principio yo no entendía por qué mamá se había ido, pero una de las veces que estaba en casa escuché que los abuelos la felicitaban y decían algo de un buen trabajo, dinero y una vida mejor. Luego ni siquiera estaba esos dos días, y aunque la echaba mucho de menos me divertía mucho con papá porque me dejaba hacer todo lo que yo quería y me permitía dormir todas las noches en la cama grande con él.

   Como mamá no podía venir, papá y yo hicimos un largo viaje en coche hasta la nueva casa de mamá. Fuimos varias veces. El primer viaje se me hizo interminable. Papá conducía durante horas por estrechas carreteras llenas de curvas, tantas, que yo notaba cómo se me revolvía el estómago e intentaba aguantar las ganas de vomitar. Me contuve con todas mis fuerzas, pero casi a la mitad del camino no pude más y manché todo el asiento trasero del coche. Papá se puso muy serio, paramos en una gasolinera y lo limpió, pero no me riñó ni castigó porque entendía que un recorrido tan largo no me había sentado bien, yo no estaba acostumbrado.

   Llegamos al nuevo lugar en que vivía ahora mamá. La verdad es que no me gustó nada. Aunque la casa era mucho más grande que la nuestra, con un pequeño jardín a la entrada y muchas más habitaciones, los muebles eran viejos y oscuros, había poca luz. Lo bueno era que había mucho espacio para correr y jugar, pero las calles eran feas y no estaba la playa. Mamá se puso tan contenta al verme que casi llora de alegría. Me tuvo mucho tiempo abrazado a ella besándome y acariciándome, diciéndome palabras tiernas. Las veces que fuimos a verla a la nueva casa fueron maravillosas, porque mamá me consentía en todo, estaba pendiente de mí y pasaba todo el tiempo conmigo. Se notaba que me había echado mucho de menos.

   A los meses mamá regresó, y pasaba todo el día en casa. De pronto un día ella le dijo algo a papá y él se puso a llorar, aunque no parecía que estuviera triste. El verano pasó pronto, mamá empezó a trabajar, pero ya no se fue a esa casa que estaba tan lejos. Cada día que pasaba ella tenía la tripa más y más gorda, más y más grande, aunque el resto de su cuerpo seguía prácticamente igual. Empecé a sentir miedo porque eso no era normal: quizás estaba enferma y yo no sabía nada. Lo extraño era que tanto a papá como a mamá no parecía importarles lo de la tripa, es más, a veces se sentaban juntos en el sofá y papá colocaba su mano en ese vientre de grandes dimensiones y ambos sonreían contentos.

   Un día ocurrió lo que yo temía. Mamá lloraba y se quejaba mientras se agarraba la enorme tripa, que ya casi era más grande que ella misma. Papá corría de un extremo a otro de la casa muy nervioso, hasta que los dos se fueron precipitadamente dejándome solo en casa. Yo me senté en el sofá muy triste, porque comprendía que mamá estaba enferma, se la habían llevado al hospital y a lo mejor se iba a morir. Al día siguiente vinieron  los abuelos y me sacaron a darme un paseo. Mis temores empezaron a desaparecer porque los abuelos, lejos de estar tristes por lo que le había ocurrido a mamá, parecían estar más felices que nunca. Después de dar una vueltecilla por el paseo marítimo subimos a casa, me dejaron preparada la comida y volví a quedarme solo.

    Más tarde regresaron papá y mamá. Mamá ya no tenía el vientre tan abultado como antes, parece que en el hospital se lo arreglaron después de aquella noche en la que había tenido esos dolores tan fuertes. Pero lo extraño es que de allí regresaron con el intruso, comienzo de todos mis problemas y desdichas. Todavía hoy me pregunto cómo un ser tan pequeño y aparentemente indefenso pudo causarme tantos males.

   Como he dicho, mis padres regresaron felices y acompañados de un bulto de mantas en cuyo interior se encontraba un diminuto ser del que sólo podían observarse la cabeza y unas pequeñas manitas. Era casi redondo, muy colorado y sin pelos. Su aspecto me resultó desagradable desde el principio. Además, no dejaba de moverse. Ya al comienzo empezaron a notarse los cambios, puesto que nada más entrar por la puerta intenté acercarme a mamá para ver cómo estaba y papá no me lo permitió. Cuando insistí, la solución fue encerrarme un rato en la habitación de invitados. Ese tiempo se me hizo eterno. Tal vez lo fue. La verdad es que creo que se olvidaron de que me habían castigado y tardaron bastante en abrirme la puerta y permitirme volver al salón.

   Tiempo después, me di cuenta de que la convivencia con el intruso era insoportable. A cada rato esa bola de carne sonrosada empezaba a llorar y patalear, creo que para llamar la atención de papá y mamá. Ellos siempre disculpaban esos llantos con diferentes excusas: “es que tiene hambre”, “tiene sueño”, le duele la barriguita”. En los ratos en que no lloraba los dos se dedicaban a jugar con él, lo acariciaban, le sonreían, le decían palabras tiernas, olvidándose de lo molesto que esa criatura resultaba en todos los momentos en que no estaba durmiendo.

   Una de las cuestiones que más me asombraba del intruso era el número de veces al día en que comía, si tenemos en cuenta lo pequeño que es. Cada dos o tres horas mamá, o bien papá, tenían que dejar inmediatamente lo que estuvieran haciendo para preparar su comida, puesto que la bola sonrosada parecía tener una especie de despertador en el estómago que se activaba provocándole el llanto hasta que lo alimentaban.

   Pero lo realmente molesto no lo he contado todavía. Recién llegado, le fueron concedidos en la casa unos privilegios de los que yo nunca gocé. En primer lugar, su camita fue instalada en el dormitorio de mis padres, de manera que dormía junto a ellos en lugar de hacerlo solo en otra habitación como siempre había hecho yo. Esto me supuso que en las repetidas veces que intenté dormir en la cama con papá y mamá me echaran, argumentando que no era conveniente que yo estuviera allí con el intruso. Sospecho que me ha sido negada la entrada en ese cuarto de la casa para siempre, porque tampoco me dejan pasar en otros momentos del día.

   Si mamá lo tiene en brazos no me deja acercarme a ellos, me grita para que me aparte, y si está papá, a veces me encierra para que no los moleste. En las mejores ocasiones coge una pelota y juega conmigo un ratito, o bajamos a la calle a dar un paseo corto. Aunque sigo paseando todos los días, mamá ya casi nunca viene con nosotros, y desde luego no estamos tanto tiempo como antes ni es tan divertido. Apenas me acarician, salvo algunas veces que el intruso está tranquilo. Entonces papá o mamá se sientan a mi lado en el sofá y me dan las migajas que quedan de su cariño.

   El ser humano es egoísta e ingrato. Cuando no sabía lo que era el calor de un hogar llega a mí esta joven pareja como ángeles salvadores y me rescata del infierno en que vivía. Me dan su amor y me hacen creer que soy parte de su familia, sustituyendo a esos padres que no conocí. Llego a sentirme humano como ellos, y en el momento en que menos te lo esperas te devuelven cruelmente a tu realidad animal. Todas las atenciones son para sus propias crías y desprecian tu cariño. El hombre se llama a sí mismo animal racional, el ser más inteligente y perfecto de la creación sin darse cuenta de que no merecen esos títulos, que les quedan grandes. Mi especie se ha ganado el suyo, el mejor amigo del hombre.
   

sábado, 6 de diciembre de 2014

HISTORIAS DE LA NIEBLA, FRAN CHAPARRO

    HISTORIAS DE LA NIEBLA
Fran Chaparro

                Esta primera obra del autor recoge treinta escalofriantes relatos que se mueven entre el terror y la parapsicología. Lector incansable y escritor encubierto, expone al pequeño público algunos de sus textos en el club de lectura de la desaparecida librería Alejandría de Cádiz capital. Allí, algunos de sus miembros, también escritores, animan a Francisco López Chaparro para que publique su obra, producto de varios años de trabajo.
               
                 Antes de decidirse a publicar sus relatos en solitario, el autor incluye algunos de ellos en antologías con varios autores y en revistas literarias. Es el caso de El Inquilino, que aparece en la antología 13 Puñaladas, El vampiro de Lódz’, en la revista Vampiralia y Cenizas a las cenizas, en El ático de los gatos. En octubre de 2014 ve la luz Historias de la niebla, que incluye otros 27 relatos inéditos junto a los anteriormente mencionados.

                Si bien podemos decir que su obra se inserta dentro del amplísimo género del terror, el lector de esta colección de historias no debe esperar escenas sangrientas o personajes fantásticos generados por el mal. Se trata más bien de una demostración constante de otras dimensiones desconocidas. La vida trasciende a la muerte en La visita, Cuando la muerte llega, El Inquilino o El Pacto. Estas lecturas producen una inquietante sensación en el lector, porque lo que éste entiende por realidad queda superado por los límites de lo racional. En esta misma línea encontramos también Los fantasmas del Reina Isabel, La Casona, Jukai, Morgue.
Pero no solo los pobladores del “más allá” aparecen en los escritos del autor. Lo que entendemos por vida puede no estar supeditado únicamente al planeta Tierra. Algunos personajes de Chaparro conectan con otros mundos, y son presa de la angustia ante la unión con lo desconocido. Es el caso de los protagonistas de Invasión, Missing Time y El terrorífico caso de Elías Montero.

Otras historias se mueven en la delgada línea que existe entre la realidad y la ficción. Lo legendario unido a la realidad da lugar a personajes que se alimentan de sangre, que aúllan a la luna. O lobisome, El reviniente, La muerte bella y El vampiro de Lódz’ insertan al lector en la posibilidad real de que seres humanos aparentemente normales adopten comportamientos vampíricos, se conviertan en lobo o tengan que ser exorcizados. No obstante, el escritor deja ver la opción de que todo sea producto de mentes enfermas. Así ocurre en El regalo de cumpleaños, Pide un deseo o en Voces.

La pura invención, que trae a nuestra dimensión a personajes mitológicos o a la enigmática Gioconda, está presente en algunos relatos. Incluso el tema del hombre como semi-dios, que trata de ser creador de vida o perseguir la inmortalidad, el dominio de las otras dimensiones incontrolables para el ser humano aparece en Ars Arcanum y en Azufre, mercurio y sal.


¿Cuál es, pues, la clave para interpretar la obra de Fran Chaparro? El relato que da título a la colección, y el último de la serie nos explica el proceso creativo, la aparición del terror, del miedo, que se esconde tras una densa niebla. 


lunes, 29 de septiembre de 2014

LLEGA LA EDITORIAL HÉLADE


     Hélade Ediciones es una apuesta por la cultura y la literatura que María de la Palma Medina Rodríguez y su hermana Rocío (que escribe estas líneas), han hecho recientemente. Se trata de una editorial de coedición que abarca la publicación de libros de ficción, pero también de trabajos de doctorado o escritos especializados. Desde aquí, os invito a que echéis un vistazo a la página web, y os pongáis en contacto con nosotras si necesitáis nuestros servicios.

jueves, 10 de julio de 2014

BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA, Dai Sijie

BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA
Dai Sijie

                En esta novela semi-autobiográfica, el autor relata en primera persona su experiencia cuando es obligado a “reeducarse” en el campo, alejado de la ciudad, en compañía de su amigo Lúo. La historia, situada durante la dictadura de Mao Zedong, comienza cuando ambos jóvenes son enviados a una pequeña aldea de agricultores situada cerca del “Fénix del cielo”, donde tendrán que renunciar a su nivel cultural y sus comodidades para trabajar en el campo.
                El motivo de la reeducación se presenta al lector como algo carente de sentido: los padres de Lúo y de Dai son médicos eminentes y dentistas, es decir, personas instruidas en la ciencia, conocimientos que producen el rechazo por parte de la dictadura ya que el verdadero saber parece encontrarse en el trabajo manual de la tierra. A causa de la profesión de sus progenitores, los jóvenes piensan que jamás lograrán abandonar el período de reeducación.
                La vida de ambos cambia a raíz de dos factores; el descubrimiento de que Cuatrojos posee una maleta cargada de libros de la Literatura Occidental y la llegada de la hermosa sastrecilla a sus vidas. Mediante un intercambio de favores, consiguen que Cuatrojos les preste una novela de Balzac, que supone una inflamación de su ánimo y hace que Lúo pueda conquistar el corazón de la costurera. Tanto Lúo como Dai están enamorados de la muchacha, pero es el amigo del protagonista el que consigue finalmente hacer realidad su amor.
                En ese mundo hostil que los rodea solo los libros y los sentimientos que en ellos se cuentan conseguirá hacer que los jóvenes soporten su obligación de permanecer en el campo. La pasión que la literatura enciende en sus corazones es tal que, antes de que Cuatrojos abandone definitivamente la aldea en la que se ha reeducado, los amigos entran a escondidas en el hogar del chico para robar la maleta que contiene los libros.
                La historia concluye con el embarazo no deseado de la sastrecilla, situación que por la rigidez de la dictadura no tiene solución. Lúo y ella son demasiado jóvenes para casarse, no pueden tener un hijo fuera del matrimonio y tampoco está permitido abortar. En este callejón sin salida, el protagonista buscará la solución mientras su amigo está ausente.

                La novela plantea con gran delicadeza el influjo de la férrea dictadura china en la vida de las nuevas generaciones. Esta obra, como otras muchas de la Literatura Universal, conmueve al lector que es sensible al arte de la escritura. Mediante los libros, el espíritu y la vida de los protagonistas se hace llevadera. A través de los sentimientos y el cambio que operan en los personajes las obras de Balzac, el lector descubre o reafirma la creencia de que los libros pueden ser grandes y fieles compañeros en las alegrías y en las desdichas.

miércoles, 4 de junio de 2014

RELATO EL TÚNEL

   Hace tiempo que tengo el blog algo inactivo. Para rescatarlo del olvido, publico un relato que escribí hace años. Lo presenté a un concurso literario que no gané, pero me gustaría compartirlo ahora con vosotros.




EL TÚNEL




   Me estoy o me están volviendo loco. Seguro que todo es un complot de mis enemigos para despojarme del cargo que ocupo, pero no entiendo que mi novia y mis amistades se presten a algo así. No, no es una conjura en mi contra. No tiene sentido un montaje de estas características para eliminarme de la política, no soy tan importante.



   El martes 14 de abril era un día cualquiera en la vida de Juan José Martínez Galey. Hombre de treinta años de edad, había ascendido dentro de su partido político con gran rapidez gracias a sus muchas cualidades. Trabajador, responsable, carismático… y por qué no reconocerlo, también por su capacidad de eliminar obstáculos en su ascenso hacia la gloria. El puesto de Concejal de Urbanismo que desempeñaba en Vitoria había tenido más candidatos antes de que salieran las listas electorales, entre ellos su gran amigo y compañero de fatigas desde la infancia: Mikel. Juan José no tuvo reparos en los medios empleados para eliminar a sus contrincantes, medios que, dicho sea de paso, fueron “poco ortodoxos” (o sucios, como le espetó Mikel cuando Juan José fue elegido definitivamente para el puesto), y que le valieron algunas enemistades dentro del partido, personas que le habían retirado la palabra excepto cuando coincidían en actos públicos. Por tanto, podríamos llegar a pensar que Juan José era un hombre sin escrúpulos aunque, como buen político, él se habría definido a sí mismo eufemísticamente como ambicioso y con sed de progreso en su carrera profesional.

   Como todos los días, el martes 14 de abril de 2009 el despertador de Juan José sonó a las 7:30 de la mañana. Sin abrir los ojos, alargó el brazo izquierdo maquinalmente para apagarlo. Solía levantarse al instante, pero esa mañana le costó moverse de la cama. La noche anterior se había acostado bien, pero ahora, después de abrir los ojos y tratar de incorporarse sentía un extraño calor que le invadía todo el cuerpo. Con gran esfuerzo, se levantó y se dirigió al cuarto de baño para lavarse la cara y afeitarse. Una vez allí, decidió darse una ducha para tratar de eliminar la sensación de quemazón que le recorría. Se sintió algo mejor, se afeitó y se vistió.

   Consultó su reloj de pulsera y vio que era más tarde de lo normal. Se apresuró a cerrar el portón y bajar las escaleras, porque el chófer que lo recogía y lo llevaba hasta el Ayuntamiento debía estar esperando hacía unos diez minutos. Abrió la puerta de la calle, pero el Audi A4 negro que conducía Aitor no estaba allí. Impaciente ya por su propio retraso, volvió a consultar la hora. <<Hoy no llego. Es raro, Aitor nunca se retrasa>>. Cinco minutos después decidió llamarlo al móvil para saber qué sucedía. Una, dos, tres…ocho llamadas hasta escuchar la voz enlatada de la operadora telefónica. Volvió a llamar, con el mismo resultado. <<Joder, no lo coge ¿Para qué tiene el coche entonces esa mierda del bluetooth?>>.

   Pasados unos minutos más en los que insistió en sus tentativas de comunicarse con el chófer, se dio cuenta de que ya no iría a buscarlo. << Ahora, ¿qué hago? Está lejos para ir a pie, mejor en bus. Uff, odio esos coches cargados de gente en hora punta. Además es peligroso, joder. Por eso me pusieron un vehículo privado. En el País Vasco hasta un político de segunda como yo está expuesto>>.

   Con estos pensamientos, Juan José caminaba hacia la parada de autobús. <<El Aitor éste de las narices se la va a cargar. Vino muy recomendado, pero esto de haberme dejado tirado tiene que pagarlo. Si ya decía yo que por mucha recomendación que tuviera no debía haber escogido un tío sin experiencia. Mira lo que ha tardado en cagarla: tres meses>>.

   Cuando llegó, ya había varias personas esperando el autobús. <<Sabrá Dios el tiempo que hace que no pasa. Y seguro que viene lleno hasta los topes. Qué coñazo, joder>>. Sumido como estaba en estas reflexiones, Juan José no se había dado cuenta de que acababa de llegar a la cola una chica a la que conocía. Era una auxiliar administrativo del Ayuntamiento con la que sólo había cruzado palabra en el trabajo una vez, pero muchos días coincidían en la cafetería en la que él solía entrar antes de comenzar la jornada laboral, e intercambiaban el frío y obligatorio saludo de dos personas que no se tratan pero comparten varios espacios comunes durante muchas horas.

   Juan José siempre se vanagloriaba de su trato con “los inferiores”. Esta chica, de la que ni siquiera sabía el nombre y que tenía más o menos su misma edad, debía conocer a todos los Concejales, como todos los que trabajaban en el Ayuntamiento. Él era consciente de que algunos Concejales no se rebajaban a saludar a los administrativos, recepcionistas o guardias de seguridad. Era tal la indiferencia que mostraban que se diría que los consideraban como un elemento útil en el trabajo, pero no más importante que una silla, un teléfono o una fotocopiadora. Por eso Juan José se sentía interiormente como una gran persona sólo por el hecho de dignarse a dirigirles una mirada y un educado saludo, pero en el fondo lo hacía con la misma indiferencia con la que colaboraba con el cepillo de la Iglesia en la misa de los domingos cuando era pequeño. Era una satisfacción que no provenía del hecho en sí, sino de lo que aparentaba ante los demás.

   Estaba en la cola justo a su lado. Era la primera vez que coincidían fuera del trabajo o la cafetería. Como hacía tiempo que Juan José no subía al autobús urbano para ir a ninguna parte, no sabía exactamente en qué parada tenía que bajarse. No tenía ganas de hablar con ella. Pensaba que sería incómodo para los dos, pero seguro que el vehículo estaba lleno y no sería fácil observar dónde se bajaba para hacerlo él también, así que no le quedaba más remedio que preguntar.

-          Buenos días – dijo Juan José.
-          Buenos días – respondió ella con indiferencia.
-          ¿Podrías decirme dónde nos tenemos que bajar?

   La joven se giró sorprendida para mirar a Juan José. Lo observó con detenimiento durante unos segundos, y luego contestó:

-          Sé hacia dónde me dirijo yo, pero no sé qué le hace pensar que los dos vamos al mismo lugar.

   Juan José quedó tan aturdido ante esa respuesta, que balbuceó torpemente hasta que fue capaz de decir algo coherente.

-          A…a…al Ayuntamiento.
-          En ese caso, bájese usted en la cuarta parada.

   En ese momento llegaba el autobús, y la chica cedió el paso a una pareja de ancianos que estaban detrás de ella. Era evidente que no quería entrar en el coche detrás de Juan José para evitar coincidir dentro nuevamente. A la joven la había desconcertado que ese hombre la tratara como si se conociesen, y más aún el hecho de que parecía saber a dónde iba ella.

   Por su parte, Juan José volvió a sentir con más intensidad el malestar que tuviera por la mañana temprano cuando despertó en la cama. El ardor y el calor invadían su cuerpo con más fuerza si cabe. Le costaba agarrarse a la barra, que parecía desprender un calor insoportable. Como él había imaginado, el autobús iba lleno, y no había podido hallar un asiento libre. Se encontraba tan mal que se sentía desfallecer, y creía que iba a desmayarse de un momento a otro. Cuando bajó y el viento fresco golpeó su rostro empezó a sentirse mejor. Caminó unos pasos, pero se detuvo mientras consultaba su reloj de pulsera. <<Al fin y al cabo he llegado casi a la misma hora que todos los días. Me da tiempo de tomarme mi café>>. Y siguió caminando en dirección a la cafetería de costumbre. << ¿Me encontraré allí con la auxiliar? Qué reacción tan rara la de esa mujer ¿A qué viene fingir que no sabe que los dos trabajamos en el Ayuntamiento? ¿Dónde creía que iba yo a esta hora? Además, ha sido un poco borde>>. Reflexionando un poco más, recordó la cara de la chica cuando le habló. Ella parecía sorprendida, y lo había mirado como si realmente fuera la primera vez que lo veía, como si no lo conociera.

   Interrumpió sus pensamientos al llegar a la cafetería y abrir la puerta. Nada más entrar, deslizó una ligera mirada por el lugar. Quería saber si la auxiliar estaba ya allí. <<Todavía no ha llegado>> se dijo mientras caminaba hacia la mesa en la que solía sentarse. A los pocos segundos el camarero salió de detrás de la barra y se acercó a su mesa.

-          Buenos días ¿Qué desea el señor?
-          Lo de siempre, Pepiño
-          Y lo de siempre es… - dijo el camarero. Su rostro tenía una expresión mezcla de sorpresa y enfado.
-          Joder, Pepiño. Pues ¿qué va a ser? Café con leche y una entera con aceite, tomate y sal – respondió Juan José extrañado de la actitud de Pepe que siempre era tan agradable y que muchos días le colocaba el desayuno en la mesa al poco tiempo de entrar por la puerta, sin necesidad de pedírselo.
-          Marchando – contestó – y disculpe, como usted no es cliente habitual… decía Pepiño mientras caminaba ya de nuevo hacia la barra.

   <<Que no… pero si desayuno aquí todos los días. Si eso no es ser cliente habitual que baje Dios y lo vea>>. El camarero se acercó de nuevo a la mesa y dejó el pedido. En ese momento la puerta se abrió. Entró la joven del Ayuntamiento con la que Juan José había cogido el autobús. Directamente se dirigió a la barra y se sentó en un taburete. Pidió un cortado y la prensa de la mañana.
-          ¿Viene algo de lo del Concejal? – preguntó la chica.
-          En titulares – respondió Pepe – y la noticia ampliada en la página tres.

   Ella leía el periódico con avidez. Juan José, sin saber por qué, de nuevo se sentía mal. Le faltaba el aire, como si el oxígeno se atragantara en su garganta y no llegara a los pulmones. Como pudo, dejó el dinero encima de la mesa y salió a tientas ante la mirada curiosa de los clientes del Café. Una vez fuera, se sentó en un banco de la plaza del Ayuntamiento y se recuperó. Respiraba lentamente, siendo consciente de cómo su caja torácica subía y bajaba al ritmo de su respiración. Cuando estuvo totalmente restablecido pensó en la conversación que había escuchado entre la joven y el camarero. <<¿De qué demonios hablan? No es posible que haya pasado algo serio en el Ayuntamiento y lo sepan los periodistas antes que yo ¿Por quién me han tomado?>>. Se detuvo un instante ante el kiosko de prensa en el que solía comprar el periódico antes de subir. <<Es igual, ahora mandaré a alguien para que lo compre. Prefiero indagar directamente qué ha sucedido. Como sea algo importante y no me lo hayan comunicado, vamos a tener serios problemas. Tengo que hacer que se me respete, como sea>>.

    Atravesó la entrada y, aunque le sorprendió no encontrar guardias de seguridad en la puerta del edificio no se detuvo a pensar en ello, ofuscado como estaba por la existencia de noticias que presumía importantes y que no le habían sido comunicadas. Antes de llegar a su despacho, tenía que pasar por delante de otras oficinas. En todas ellas reinaba un extraño silencio casi sepulcral. Juan José pensaba dirigirse directamente a su despacho y desde allí hacer varias llamadas a otros departamentos. Una vez informado, iba a elevar la oportuna queja si era necesario, por haber sido pasado por alto tanto su cargo como su autoridad. Si era bien cierto que no gozaba de muchas simpatías ni en el Ayuntamiento ni en el Partido por su rápido y sorprendente ascenso, no estaba dispuesto a que lo trataran como a un novato, puesto que creía haber cumplido hasta el presente todos los deberes propios de sus funciones sin tacha de ninguna clase.

   Nada más llegar a su oficina, se dio cuenta de que había algo anormal. Las mesas estaban desocupadas, y los trabajadores cuchicheaban en torno a un recorte de prensa junto a la mesa donde estaba la cafetera. <<Vaya, parece que hoy todo el mundo tiene pocas ganas de trabajar. Como me he retrasado un poco, creerán que pueden perder el tiempo. Pero ya me encargaré de esto luego>>. Con un seco “buenos días” Juan José atravesó como un rayo la distancia que lo separaba de la puerta del despacho. Si no hubiese saludado nadie se habría dado cuenta de su presencia, pero sus palabras atrajeron brevemente la atención de todos sobre él, que inmediatamente guardaron silencio y lo miraron con sorpresa. Entre el grupo se encontraba su camarada y antiguo amigo Mikel. Éste se le acercó, e interceptando la puerta del despacho, le dijo:

-          Disculpe, no puede usted pasar.
-          Es una broma ¿no? ¿Quién eres tú para decirme si puedo o no puedo entrar en el despacho? – replicó Juan José.
-          No sé cómo ha llegado usted hasta esta oficina, me sorprende que lo hayan dejado pasar en la puerta de entrada al edificio. En este momento no podemos atenderle. Como comprenderá, estamos consternados por lo ocurrido al Concejal y tenemos muchos asuntos importantes que atender. Buenos días.

   Mikel deshizo sus pasos, y se reintegró al grupo de oficinistas. Tras aquellas palabras, Juan José había quedado tan conmocionado que no sabía qué hacer. Se quedó como petrificado en el suelo, mientras observaba cómo el grupo seguía murmurando en un rincón. No entendía absolutamente nada ¿Qué hacía Mikel allí? ¿Por qué le prohibía entrar en su propio despacho? Al igual que la chica en la parada de autobús y el camarero en el bar, lo había tratado como a un desconocido. ¿Qué demonios estaba sucediendo que escapaba totalmente a su comprensión? Cada vez con más ansia de saber qué pasaba, se acercó al conjunto de personas que conversaba en voz baja. Ante su presencia, de nuevo reinó el silencio.

-          Mikel, ¿puedes decirme qué está pasando? – preguntó Juan José, tan alterado que le costaba hablar.
-          Por favor – respondió – tiene usted que retirarse. Hoy no atendemos a nadie. Esta oficina está hoy cerrada para el público.
-          ¿Por…por qué me tratas como a un desconocido? ¿se puede saber qué os pasa a todos?
-          Que yo recuerde, señor, usted y yo no nos hemos visto nunca antes a pesar de la familiaridad con la que me trata. Y le repito enérgicamente que haga el favor de marcharse. No haga que tenga que llamar a seguridad.

   Mikel parecía ya muy contrariado, como si estuviera dispuesto a arrastrarlo él mismo hasta la salida si no se iba inmediatamente. Juan José no era capaz de asimilar lo que sucedía. Lentamente, comenzó a caminar hasta la puerta. Se sentía como mareado, sus pies no le respondían. Mientras se tambaleaba y trataba de no tropezar con las mesas y sillas de la oficina, escuchó a lo lejos la voz apagada de uno de sus empleados:

-          Es inconcebible que después de lo que ha pasado ese tipo haya conseguido colarse hasta aquí ¿Qué clase de medidas de seguridad se toman? Así no me extraña que no se sepa cómo han matado al Concejal.
-          Tienes razón –respondió otro de los oficinistas- pero más tarde o más temprano se sabrá cómo atentaron contra la vida del Concejal Martínez y se tratarán de enmendar los errores, para que futuros atentados no tengan éxito.
-          Sí, pero nada le devolverá la vida a Juan José –contestó Mikel apesadumbrado.

   Juan José se encontraba cada vez peor. Estaba tan mareado que creía que iba a vomitar de un momento a otro. Sin embargo, todavía fue capaz de taparse los oídos con las manos porque no quería seguir escuchando la conversación de los empleados. A pesar de que tenía la vista nublada y no distinguía con claridad el camino, apresuró el paso. Quería alejarse cuanto antes de aquel lugar. Las palabras de los oficinistas y de Mikel resonaban dentro de su cabeza. En su carrera hacia el exterior chocó con algún objeto impreciso en uno de los pasillos y cayó al suelo. La frialdad del mármol lo tranquilizaba y contribuía a disminuir el calor que sentía en su interior. Cuando por fin fue capaz de levantarse, se precipitó a la calle. Necesitaba salir de aquel lugar.

   Una vez fuera del Ayuntamiento se dirigió como pudo a uno de los bancos de la plaza y se sentó. Trató de controlar la respiración. Progresivamente su cuerpo alcanzaba el funcionamiento normal. Aunque estaba mejor, las palabras que había escuchado de la boca de sus compañeros continuaban atormentándolo. ¿Qué quería decir todo aquello? Habían hablado en su presencia como si él ya no estuviera, como si hubiese muerto. Ya hasta empezaba a dudar de sus facultades mentales. <<No, no. Yo no estoy loco. Puede que el poder de la mente sea grande, pero no se trata de mi imaginación. Mónica. Necesito hablar con ella. Necesito… >>. Sacó el teléfono móvil del bolsillo con torpeza y buscó en la agenda el número de su novia. Dos, tres, cinco, siete tonos… estaba a punto de colgar con lágrimas de desesperación en los ojos.

-          ¿Mónica…?
-          No, soy su madre. Ella no puede atender el teléfono en este momento. ¿Quién habla?
-          Por favor…por favor –sollozaba Juan José- es muy importante, una urgencia…de vida o muerte. Soy yo…yo…
-          Identifíquese,
-          Juanjo. Soy Juanjo. Mónica…necesito hablar con ella.
-          Hay que tener poca vergüenza y sangre fría para burlarse así del dolor de una persona –respondió la madre de su novia- a ver qué gracia le hace a usted cuando se le muera un ser querido que lo llamen haciéndose pasar por él.

      Intentó responder, pero su futura suegra ya había colgado el teléfono. Todavía sentado en el banco frente al Ayuntamiento, trató de poner en orden sus ideas. Reflexionaba sobre lo ocurrido durante la mañana, pero nada parecía tener sentido.

   <<Me estoy o me están volviendo loco. Seguro que todo es un complot de mis enemigos para despojarme del cargo que ocupo, pero no entiendo que mi novia y mis amistades se presten a algo así. No, no es una conjura en mi contra. No tiene sentido un montaje de estas características para eliminarme de la política, no soy tan importante. Pero entonces, ¿qué me sucede? ¿es mi mente, que no funciona? No estoy bien, no estoy bien.  Ayuda, necesito ayuda. ¿Quién? Al hospital. Un médico. Tiene que verme un médico. Ahora mismo. Estoy muy débil, no sé si conseguiré levantarme…>>.

  Desde el banco en el que estaba sentado visualizó su objetivo. La parada de taxis que había en la plaza distaba escasamente unos cien metros de donde Juan José se encontraba. Con grandes esfuerzos consiguió llegar hasta allí, montarse en el vehículo e indicar al taxista que lo llevara al hospital más próximo. El conductor se había dado cuenta de que Juan José estaba muy mal. Una vez en el hospital, se bajó del taxi y tuvo la amabilidad de acompañarlo hasta el interior y lo ayudó a sentarse. Explicó que se trataba de una urgencia, que el hombre que había llevado en su taxi parecía a punto de desmayarse. Tras señalar hacia el lugar en el que había dejado a Juan José y asegurarse de que lo atenderían en el menor tiempo posible, se marchó.

   En  la sala de espera de urgencias no había mucha gente. En un rincón se encontraba una joven señora que paseaba a un bebé, tratando de que dejase de llorar. Una pareja de mediana edad estaba sentada en la misma fila de asientos que Juan José. Él trataba de disimular con poco éxito un rictus de dolor, mientras la que parecía su esposa insistía en que si no los llamaban pronto a consulta armaría un escándalo, porque llevaban más de una hora en espera de que los atendieran. Enfrente de Juan José estaba un hombre de unos sesenta años, que leía tranquilamente la prensa.

   Al rato llamaron por megafonía a los familiares de Rosa Iturrioz para que pasaran a la zona de consultas, y el hombre que estaba sentado frente a Juan José se levantó y se marchó. Tras unos minutos, la vista confusa de Juan José se detuvo en el periódico abandonado en la hilera de asientos que tenía delante. El calor que sentía Juan José por todo el cuerpo se intensificaba por momentos, como si se estuviese quemando vivo. Con movimientos lentos, consiguió alargar el brazo y coger el periódico. Lo dobló por la mitad y lo agitó de un lado a otro para que el aire refrescara su rostro. Ya iba a soltarlo cuando el titular de la portada hizo que se quedara petrificado:

ATENTADO MORTAL: EL CONCEJAL DE URBANISMO FALLECE EN EL ACTO

   Con toda la rapidez que su cuerpo le permitía, abrió el periódico por la tercera página, donde venía la noticia ampliada.

            NUEVO ATENTADO DE LA BANDA TERRORISTA

Explota una bomba en el coche que transportaba todos los días al Concejal de Urbanismo desde su casa al Ayuntamiento.

En el día de ayer lunes 13 de abril J. J. Martínez Galey subía al Audi A4 negro que todos los días lo conducía desde su residencia hasta el Ayuntamiento. Sobre las 8:15 a.m. el coche explosionó, causando la muerte inmediata del concejal y de A. I. T., de 25 años de edad, que conducía el vehículo. Además, la explosión dejó como resultado tres heridos graves y uno leve…

   El periódico resbaló de las manos de Juan José. Una mezcla de sudor y lágrimas surcaba su rostro.

   <<Estoy muerto…muerto ¿Cómo es posible estar muerto y no saberlo, no darse cuenta? Aitor. No vino a recogerme como cada mañana porque él tampoco existe ya. La chica de la oficina y Pepe el del bar no me reconocieron, ni Mikel, ni los demás empleados. Mi suegra me lo dijo, y no la creí. Pero entonces, ¿por qué sigo aquí? ¿Por qué siento en mi cuerpo este ardor que me recorre?
   Si para el resto de las personas ya no estoy ¿Quién soy? Si existe un Dios o un ser superior te pido que tengas compasión de mí y me ayudes a entender lo que me pasa. Ayúdame. Los que han estado cerca de la muerte cuentan que se ven caminando por un túnel con una luz blanca al fondo, y conforme se acercan a la luz experimentan liberación y una paz infinita. Sin embargo, estoy muerto y yo no he cambiado, es el entorno el que se ha transformado. Lo único que sé es que no se puede seguir aquí siendo consciente de estar muerto, por eso sólo espero que en realidad exista ese túnel o cualquier otra cosa que termine con todo esto>>.

   Juan José interrumpió sus reflexiones al darse cuenta de que había una persona frente a él que lo miraba con insistencia. Parpadeó varias veces para enfocar la vista, y vislumbró que se trataba del hombre que había estado ensimismado en la lectura del periódico un rato antes. Juan José tomó el periódico y estiró el brazo para devolvérselo a su verdadero dueño. El hombre rechazó su gesto.
- Por fin te has dado cuenta. Algunos tardan más tiempo. Yo te enseñaré el camino.